LA HISTORIA DEL LIBRO
La verdadera aparición del libro, quizás ocho o nueve siglos anterior al nacimiento de Cristo, coincidió probablemente con el empleo de diversos tipos de soportes, flexibles y ligeros, para la escritura: corteza, fibra vegetal o tejido. Biblos, en griego, es la fibra interior de ciertas plantas, principalmente el papiro; liber, en latín, es la capa fibrosa situada debajo de la corteza de los árboles; book, en inglés, y buch, en alemán, tienen la misma raíz indoeuropea que Boris ("madera" en francés); kñiga, en ruso, procede probablemente, del turco y del mongol; del chino King, que designa el libro clásico, pero en un principio significaba la trama de la seda".
Esta relación estrecha con la idea del propio material que lo forma, tiene, para el libro, más de una justificación. Hasta que puedo eran conseguirse tales materiales, no podía pensarse en la conservación de los textos escritos, ni menos en su circulación y difusión. La liviandad y flexibilidad de las fibras, aparte de la posibilidad de su teñido, resultaron decisivas para el desarrollo del libro. Así no parece extraño que en el principio el libro se identificara absolutamente con el nuevo material que lo sustentaba.
Papiros y pergaminos fueron las materias primas más utilizadas en Grecia y Roma, cuando el libro comenzó a ocupar un lugar preponderante en la vida cultural. Las hojas de papiros se pegaban en forma de rollo, y pasaban a constituir volúmenes que se guardaban celosamente en las primitivas bibliotecas.
El pergamino, más tosco pero menos corruptible que el papiro, fue sustituyendo paulatinamente a éste; también se reemplazaron los volúmenes de rollos por códices, ya verdaderos libros compuestos por pergaminos cortados en folios cosidos. Naturalmente, tantos papiros como pergaminos, eran preparados por copistas expertos, verdaderos profesionales que formaron agremiaciones para proteger la especialización y la cotización de su tarea.
Durante la Edad Media el poder el eclesiástico acaparó la educación y la divulgación cultural; así resultó natural que el principal lugar de producción de libros fueran los conventos y monasterios. Los copistas más avezados fueron por lo general monjes y clérigos, y las obras preferidas aquellas compilaciones piadosas o edificantes que de alguna manera consolidarán la inamovilidad de un saber establecido y estrechamente controlado por la iglesia. Junto con esta rutina de transcripciones, se extendió también el arte de la iluminación de los manuscritos, que eran ilustrados y coloreados por prestigiosos artistas. En la baja Edad Media, sobre todo en Francia y Flandes, tuvo gran desarrollo el género de los Libros de las Horas, que hasta circulaban, en copias rudimentarias, entre gentes de pueblo.
Así como la cultura medieval fue, en lo que respecta al conocimiento filosófico y literario, estrictamente aristocrática y adjudicó a la masa popular las tareas cotidianas que nada tenían que ver con la frecuentación de los textos, así los códices y otros manuscritos tuvieron un público limitadísimo, reclutado en la clerecía y ambientes estudiantiles. La sociedad medieval es fundamentalmente analfabeta y, según parece Carlomagno apenas sabía firmar.
El libro en su acepción actual, es decir, el libro impreso, inicia su trayectoria con la creación de los tipos móviles por Gutenberg y algunos colaboradores en Muguncia, a mediados del siglo XV. El papel había sido introducido en Occidente en el siglo XIII. Por otro lado, las clases burguesas fortalecidas por actividades financieras y comerciales accedieron al conocimiento y al placer de leer. Por fuerza, la nueva técnica de producción de libros debía ser más barata y democrática que la de los copistas medievales y además debía ser capaz de reproducir y multiplicar rápidamente los textos originales.
El éxito y la rápida difusión de la imprenta demuestran que se trataba d e una necesidad social. En menos de veinticinco años el invento de Gutemberg se propagó por toda Europa. Probablemente el número de incunables (los libros impresos desde la creación de la imprenta haga 1500) exceda los veinte millones. La imprenta habría de llegar a América en 1530, fecha en que arriba a México el impresor lombardo G. Paoli.
Una vez más debe aclararse que este importante proceso no significó, de ninguna manera, una brusca expansión del público lector. Con todo, las minorías intelectuales vinculadas a la producción de libros eran muy activas y , de esta manera, las obras importantes no tardaban en traducirse y en dar la vuelta a los países civilizados.
Tan importante como el invento mismo de la imprenta resultó, a comienzos del siglo XIX, fue la construcción de la prensa de rodillos y de pedal y la prensa mecánica de vapor. La posibilidad de producir más libros en menos tiempo aumentó enormemente.
Las ediciones, que comenzaron a superar los 10.000 ejemplares , se diversificaron en calidad y en precio, y se asentó definitivamente, junto a la del impresor, la condición de editor. El hecho de que los editores se convirtieran en los hombres de empresa que bien podían prescindir de los conocimientos técnicos del impresor expresa claramente el avance comercial de la industria editorial y su complejidad.