En el Mediterráneo no hay mareas, y el agua alcanza en la costa siempre el mismo nivel; en el Atlántico las mareas son grandes. El Mediterráneo respira apenas, y su corazón no tiene pulsación; el Atlántico respira con una fuerza salvaje, se hincha y se deshincha, mostrando en su reflujo sus fondos de roca y, en los ríos, el légamo negruzco, sobre el que se tienen las barcas de los pescadores. El Mediterráneo es paz y armonía; el Atlántico, lucha y contradicción.



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