10 de julio de 2018
Ya no queda originalidad en las distintas posiciones, miradas e ideologías expuestas en el debate sobre el aborto. Ante el desencuentro de miradas comunes, creo que nuestra falencia principal está en la forma en la que debatimos. Creo que aún no hemos perdido la oportunidad de encontrarnos en las formas, más allá de las discrepancias que tengamos en el fondo de las cuestiones. Con humildad y autocrítica pretendo brindar una mirada personal y constructiva, que nos ayude a descubrirnos en el respeto y la tolerancia para abordar el desafío de acordar como una sociedad donde la unión es más importante que las posiciones propias. Podemos validar nuestras posiciones, pero nada puede invalidar el punto de vista del que piensa, cree o siente distinto. Este es un debate que va más allá del aborto, es un debate respecto de qué sociedad y qué Estado queremos.
Para la creación de una sociedad desarrollada en valores de concordia y convivencia hay premisas tan fundamentales como simples.
¿Qué es lo más importante? La vida.
¿Cuál es el mayor privilegio? La libertad.
¿Cuál es el mayor desafío? La tolerancia.
¿Cuál es la mayor necesidad? El respeto.
¿Cuál es la mejor lucha social? Por los vulnerables, los débiles, los indefensos, los que más sufren, los postergados.
¿Quiénes llevan las mejores luchas? Los que poseen ideales y corazones nobles. La nobleza de entregarse a la lucha por los marginados, y normalmente los marginados no se ven, o se los oculta, se los niega o simplemente se los hace inexistentes. La nobleza de ver la vida propia en donde está la vida ajena.
La solución está en educar desde la escuela, acompañar, comprender y dar contención, no en un proyecto de ley que privilegia la libertad sobre la vida