Bruno Furst

No tiene nada de notable y parece tan conservador como una ostra. Los superlativos no guardan la menor relación con su persona. Sólo se advierte en él una cosa. Sus rasgos se aprietan en la mitad inferior de su cara, como si dejaran la mitad superior libre para la inteligencia. 

El encargado del brindis declara: "El doctor Bruno Furst es probablemente el más destacado atleta mental de nuestro siglo. Es un hipnotizador, un telepatista mental, un grafólogo y un jugador de ajedrez de primera clase y posee una de las memorias más extraordinarias de todos los tiempos. No hay memoria en vida que pueda ser comparada a la suya." 

Todos los presentes enarcan instantáneamente las cejas. El doctor Furst se levanta y los mira fríamente. Después de manifestar brevemente que no hay límites para lo que puede almacenar el cerebro humano que durante treinta años ha metido en el suyo toda clase de informaciones, lo mismo triviales que importantes, sin que advirtiera la menor señal de que cedieran las costuras, procede a mezclar una baraja y extiende los naipes delante de su persona. Después de mirarlos durante un minuto, se vuelve de espaldas y los enumera por su orden. Todas las cejas bajan un poco. 

Luego, entrega ejemplares del último número dominical del New York Times, unas setenta páginas en total. A medida que alguien del auditorio da el número de una página, el doctor Furst hace un relato detallado del contenido de la misma. Todos están ahora boquiabiertos. 

Treinta personas dan sus nombres, direcciones y números de teléfono. En seguida, el doctor Furst repite todos estos datos en el orden en que le han sido facilitados.Y en una exhibición final de mnemo-técnia, va dando las potencias de 2 hasta la centésima, que es, si les interesa saberlo, 1.267.650.600.228.229.401.496.703.205.376. 

El auditorio está manifiestamente impresionado. 

Se trata únicamente de muestras del repertorio de Furst. En el cerebro de Furst están almacenados la mayoría de los dramas de Schiller, todo el Fausto de Goethe, buena parte de la obra de Heine y Thomas Mann, cientos de poemas y docenas de novelas y piezas de teatro. De aquí, Furst pasa a la población y la superficie de todas las ciudades norteamericanas de más de cien mil habitantes, a los nombres de la mayoría de las estaciones importantes de todas las grandes líneas férreas del mundo y a la mayoría de las fechas históricas, con inclusión del día de la semana al que corresponden. Si se le mencionan dos lugares cualesquiera de la superficie de la tierra, proporcionará casi toda la geografía que hay entre los dos, es decir, los montes con sus alturas, los ríos con sus longitudes, los lagos con sus profundidades, las ciudades con sus poblaciones y los países con sus superficies, hasta hacer gritar de angustia al erudito más enciclopédico. 

Remontémonos cuarenta y cinco años. 

Un chiquillo de diez años se levanta para recitar. Se arma un lío con el alfabeto, no acierta con la tabla de la multiplicación por dos y naufraga definitivamente en los ríos de Alemania. Sí, es el pequeño Bruno Furst, el tonto de la clase. 

Diez años después, llega a la Universidad de Munich, como aspirante a un grado en jurisprudencia. Nadie sabe cómo ha llegado hasta aquí. Sus compañeros se preguntan cómo va a citar una larga serie de capítulos y artículos del Código Civil, cuando tiene que llevar en una hoja de papel el número del teléfono de su mejor amiga. 

Todo esto, francamente, desconcertaba al joven Furst, porque tenía una excelente opinión de su inteligencia natural. Finalmente, llegó a la conclusión de que su falla era una absoluta falta de memoria. 

Y sucedió que había en aquella época en la universidad un famoso especialista en adiestramiento de la memoria, un cierto doctor Poehlmann. Furst acudió a él en busca de consejo. Poehlmann le explicó que la memoria, exactamente como un músculo, puede ser adiestrada y adquirir vigor por medio del ejercicio y de los esfuerzos que se le exijan. Bajo su dirección, Bruno comenzó a formarse su musculatura mnemotécnica. 

Cuando se graduó en la facultad de derecho y comenzó a actuar como criminalista en Francfort, podía repetir de memoria todo el Código Civil alemán, unos 2.385 artículos de jerga jurídica que suponen cinco gruesos volúmenes. 

Hoy es un profesor de mnemotecnia, dedicado a fijar las memorias volubles, a enseñar a los olvidadizos de todo el mundo cómo pueden recordar lo que necesitan recordar: al gerente de un hotel, a tener presentes el nombre y el número de habitación de cada cliente; a un agente de publicidad, a enumerar sin vacilaciones las tarifas y los descuentos de cada publicación; a un conferenciante, a exponer sus disertaciones de memoria, sin la ayuda de notas. 

¿Puede existir la menor duda de que el doctor Furst tiene hoy su fenomenal memoria precisamente porque se inició en la vida con una muy mala? 

 



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